NO A LA VIOLENCIA, SIEMPRE

Ninguna violencia hay más repugnante que la que se ejerce en el seno de la familia, ya sea contra niños, jóvenes o ancianos. Indigna en particular, por su frecuencia, la que se produce en las relaciones sentimentales, con hombres que humillan, golpean o asesinan a mujeres. Hay un miserable ejercicio del poder en esas ocasiones, un poder que proviene de la superioridad física (del fuerte), económica (del que controla los recursos) o emocional (del que manipula a otra persona a través de sus sentimientos).

Pero no comprendo algunas de las consecuencias que comporta la lucha contra esa violencia específica, por ejemplo, cuando se produce un asesinato y no está muy claro si esa ha sido la verdadera motivación. Los medios de comunicación, en esas ocasiones, se expresan con prudencia, con voluntad sistemática: “la policía investiga si este ha sido un caso de violencia de género”.

La violencia de género es una teorización antropológica que no discutiré (hoy) pero me pregunto qué extraño consuelo puede encontrar alguien en que cierto asesinato no haya sino “un caso de violencia de género” sino solo “un caso de violencia”. ¿Debe aliviar esa circunstancia? ¿Resulta menos terrorífico, menos condenable, un “mero” asesinato?

Quizás esto sea el fruto, espero que indeseado, de uno de los eslóganes más extendidos estos últimos años y que nunca he llegado a comprender: “no a la violencia contra las mujeres”. No quiero ni imaginar que pueda haber alguna clase de rigor añadido en esa expresión frente a una mucho más categórica: “no a la violencia contra cualquier ser humano”.

Miro de nuevo la imagen de esta entrada: "tolerancia cero". Ya que la violencia contra la mujer merece tolerancia cero, me pregunto qué nivel de tolerancia exigiría cualquier otra violencia: uno, tres, siete, quince…