viernes, 18 de diciembre de 2015

DE DECISIVOS A INSIGNIFICANTES



Todo el mundo asegura que la contienda electoral del próximo 20 de diciembre va a cambiar el paisaje político. Se prevé el paso de un sistema de dos partidos, complementado con un abanico de fuerzas minoritarias, a un sistema de cuatro partidos. Las fuerzas minoritarias no desaparecen en ese nuevo escenario, pero sí les priva de buena parte de su influencia política, una influencia que, a lo largo de casi cuarenta años, resultaba decisiva para la conformación del gobierno estatal y reportaba, a comunidades como Euskadi, sustanciales beneficios.
            Un sistema de cuatro partidos altera muchas cosas, entre ellas, el modo de hacer política, y puede situar a las fuerzas minoritarias en un lugar muy secundario: de tener un papel decisivo a ser insignificantes. Posiblemente esta va a ser una circunstancia eventual. A medio plazo, con unas u otras siglas, el sistema bipartidista (y esta es una predicción muy personal) regresará a la vida política española, pero en ese futuro revivir de las formaciones minoritarias los partidos vascos no volverán a donde estaban.
Esto es así porque la eficacia de las formaciones nacionalistas vascas en la política estatal viene condicionada por una demografía que declina a una velocidad mayor que en el resto del país. Esa decadencia poblacional nadie la niega, pero es sistemáticamente y premeditadamente omitida en el discurso público de todos los partidos. El pueblo vasco es una entidad telúrica que entre nosotros (pero solo entre nosotros) mantiene su legendario poderío. Sin embargo, los vascos, las personas, son un subconjunto cada vez más diminuto y marginal.

            Asombra que nadie dé a este desplome pavoroso la más mínima importancia. Pero asombra aún más que absolutamente nadie se atreva siquiera a mencionarlo. Y esto ocurre no solo porque los partidos políticos trabajan siempre con un vulgar cortoplacismo sino porque, al margen de la fatigosa cuestión nacional y de ciertos elementos emocionales, los partidos políticos se parecen en su práctica y en su ideario muchísimo más de lo que estarían dispuestos a admitir.
Todos los partidos, mal que bien, se pliegan a las ideologías emergentes. No son ellos los que dirigen los estados de conciencia colectiva sino los grupos de presión que, en competencia con otros grupos, mejor se movilizan para ocupar el espacio físico y mental. Y como las ideologías emergentes no conceden al desplome de la natalidad la más mínima importancia, los partidos políticos, miméticos, tampoco se la dan. Ni el feminismo, ni el ecologismo, ni el inminente y siniestro animalismo (cada uno por razones distintas, pero con la misma convicción doctrinal) conceden ninguna importancia a este galopante descenso demográfico. Incluso hay que suponer que, también por razones distintas, lo ven con simpatía.
            Europa es un continente con una natalidad aterradoramente enflaquecida, dentro de Europa la natalidad española es de las más bajas, y dentro de España la natalidad vasca alcanza un grado ínfimo. Un país con el nivel de nacimientos de Euskadi es un país decaído y decadente. Y lo es, mal que les pese a los que prefieren no pensar en estas cosas, en términos políticos, en términos económicos y en términos morales. Un país donde nacen muy pocos niños, un país donde buena parte de sus jóvenes más preparados sale a trabajar a otros lugares, un país que recibe poca inmigración y la poca que recibe, además, es no cualificada, no tiene ningún futuro, digan lo que digan los pasquines electorales que juegan a distraernos estos días.
            Como las ideologías de fondo que abducen por igual a todos los partidos no sienten la más mínima inquietud ante ese desastre tampoco ninguno de ellos se siente concernido. De todos modos, aunque no lo hagan desde una perspectiva de interés social o nacional, deberían hacerlo desde su pequeño y miserable interés partidista, ya que este también se halla en peligro. Al principio de la Transición Bizkaia elegía diez diputados, luego pasó a elegir nueve, ahora elige ocho. Gipuzkoa elegía siete diputados, ahora elige seis. En este periodo, Madrid ha incrementado su representación en cuatro diputados. Alicante ya elige tres diputados más que Álava y Navarra juntas. Tendrá bastante gracia el día en que algún partido político nos venda su intención de ser “decisivo en Madrid” con una escuálida cosecha de cuatro escaños en una asamblea de trescientos cincuenta.
Los vascos siempre hemos sido una gota de agua en el océano de la humanidad pero llevamos camino de ser ahora una gota microscópica. Resulta difícil seguir sintiéndonos más importantes que los eslovenos, los tamiles, los ticos o los ingusetios, y si a la mayoría de nosotros nos es difícil imaginar por dónde cae toda esa buena gente debemos anticipar quiénes, de la misma manera, se acordarán mañana de nosotros en Nueva York, en Bruselas… o en Madrid.
Frente a los problemas invisibles no hace falta articular respuestas en una campaña electoral. De hecho, en política, un problema invisible no parece un problema. Tan grotesco y tan sencillo como eso. Por eso estamos fervientemente convencidos de que un sistema de pensiones puede sostenerse cada vez con menos cotizantes, y de que un idioma minoritario, sin nuevos hablantes, puede hacerlo exactamente igual.

 El Correo - Diario Vasco 16-12-2015

sábado, 10 de enero de 2015

ISLAMOFOBIA Y ELEUTHEROFOBIA




ISLAMOFOBIA Y ELEUTHEROFOBIA





Cada vez que se produce algún atroz atentado inspirado por una interpretación radical, fundamentalista, de la religión islámica, siempre aparecen voces (lo han hecho también en Euskadi, con un didactismo irritante) cuya primera reflexión, antes que cualquiera otra, es el peligro en que nos encontramos de caer en la islamofobia. Ha ocurrido lo mismo tras los atentados de París, que han acabado con la vida de 20 personas, diecisiete de ellas inocentes.

No se puede dudar de que han existido, y existen, sentimientos de islamofobia. Los hay como se pueden identificar fobias de muy distinto orden, y muchas de ellas vinculadas a ideologías, doctrinas, filosofías o religiones.

Pero existe, así mismo, una fobia muy concreta sobre cuyos “riesgos” no se puede elucubrar ya que su existencia es tan abrumadora que no puede negarse en ningún caso: el odio a la libertad.

Aquello que no tiene nombre concreto es más difícil que se haga visible en la mentalidad humana y, en consecuencia, en el debate social. Por eso, creo, el odio a la libertad no es un concepto que manejemos a diario o que entre en nuestro esquema de valores (o, más bien, en nuestro listado de falta de valores). Pero el odio a la libertad existe, ha existido antes y existirá también en el futuro. Y el odio a la libertad será lo más difícil de extirpar de entre nuestros atavismos morales porque, como explicó un día con acierto mi amigo Esteban Umerez: “no prevalecerá la libertad: no soportamos que otros la utilicen”.

La eleutherofobia, el odio a la libertad, es una ideología. Es una ideología en sí. Es una ideología clara, concreta y susceptible de definición. Quien odia la libertad hace de ella el núcleo de su pensamiento, más allá de la imaginería política concreta en la que se ampare. Por eso algunos de los dirigentes de la organización comunista Brigadas Rojas militaron en el fascismo en su juventud. Por eso buena parte del carlismo español pudo pasar con tanta ligereza, a mediados del siglo pasado, de la extrema derecha a la extrema izquierda. Por eso Roland Freisler, el sustento teórico y práctico del sistema judicial nacionalsocialista, fue antes bolchevique.

Al posible e indiciario riesgo de islamofobia se le superpone la contrastada existencia y práctica de la eleutherofobia, que en su versión yihadista se está cobrando decenas de miles de vidas en Estados Unidos, en Europa, en Siria, en Irak o en Nigeria.

El odio a la libertad, sustentado, en nuestro tiempo, en una interpretación fanatizada del islam, es una realidad evidente. Decir eso no es odio al islam. Por cierto, conviene recordar que la crítica no ya a una interpretación fanatizada, sino al islam mismo, no es islamofobia. El catolicismo, el feminismo, el socialismo, el comunismo, el ecologismo, el liberalismo u cualquier otra visión social, política, cultural, religiosa o filosófica que haya alumbrado el ser humano es “en sí” criticable. No hay nada en el islam que deba llevarnos a impedir su crítica, por parte de quien quiera ejercerla, como no lo hay en cualquier otra religión o ideología.

Lo malo, lo perverso, lo condenable, es que personas concretas, colectivos concretos, en virtud de sus ideas, sean estas cuales sean, se vean privados de sus derechos fundamentales por el mero hecho de ostentar esas ideas. Lo malo, lo perverso, lo condenable, no es criticar unas ideas, sino que las personas que sí las profesan se ven agredidas o no puedan proclamarlas.

Hay que estar en guardia ante los posibles brotes de islamofobia, porque las personas de fe islámica merecen todo el respeto y merecen la protección del ordenamiento jurídico en el ejercicio de todos sus derechos. Pero no hay que estar en guardia ante los posibles brotes de eleutherofobia porque el odio a la libertad no es un fenómeno probable: ya está aquí.