martes, 26 de diciembre de 2017

LA TEORÍA IMPOSIBLE DE ESCRIBIR CUENTOS





LA TEORÍA IMPOSIBLE DE ESCRIBIR CUENTOS


Confieso que se me hace difícil teorizar sobre el hecho literario, más aún sobre mi propia escritura, pero intentaré dejar algunos trazos impresionistas.

Por ejemplo, voy por la vida con una libreta y un rotulador de punta fina. La mayoría de los días no apunto nada, y la mayoría de las veces en que lo hago la apuntación no merece la pena. A pesar de todo, siento un enorme desasosiego si no tengo cerca esa libreta.

O, por ejemplo, si las novelas exigen ex ante planificación, escaletas argumentales o diseño de personajes, los cuentos no exigen absolutamente nada, ya que surgen de los lugares más inesperados y se dirigen a cualquier otro lugar. En mi caso, los cuentos vienen inspirados por una frase (De ahí el apremio de contar con la libreta); por una persona; o por una situación. Del hilo de una sola frase uno empieza a tirar y surge a veces todo un universo de palabras. De una persona extraída del mundo real (y convenientemente tratada) surge un personaje literario. Y de una situación surge una comedia o una tragedia. Muchas veces no surge absolutamente nada, claro, pero en otras la literatura asoma, y con ella un poso de verdad. Solo por estas modestas conquistas todas las tentativas frustradas ya merecen la pena.


Decía que las novelas exigen planificación. Los cuentos, en mi caso, son un hallazgo accidental. Esta es la forma elegante de decirlo. La otra podría ser: un cuento es un pollo descabezado que corre desesperadamente, golpeándose con las paredes y las puertas, y que puede llegar a un lugar o puede caer exhausto en medio de la nada. Tengo la impresión, cuando escribo cuentos, de ir tanteando con un bastón de ciego, a la búsqueda de algo, de algo muy preciso pero que no sería capaz de describir. Solo comprendo qué buscaba cuando lo encuentro. Si es que lo encuentro.

No dudo de que haya procedimientos más rigurosos, más profesionales. Pero este es el mío. Cuando parto con el desenlace ya elegido me siento muy afortunado, pero la mayoría de las veces no es así.

En todo caso, una vez que el cuento ya está armado, se abre una tarea no menos importante: la artesanía. Me gusta la labor del tallado, la taracea, el pulido de la frase, el examen de las subordinadas, la elección de algún sinónimo, la consideración de si ese adjetivo queda mejor delante o detrás del sustantivo. En estas curiosas aplicaciones se me ha ido media vida.

Solo queda un tema importante que tratar: el objetivo de todo esto. Aquí sí que resulta difícil decir nada. Me limito a citar a un autor ruso al que admiro, Sergei Dovlatov, cuyo hondo lamento en esta frase sí me impresionó: “lástima que la literatura no tenga ningún fin”.




jueves, 12 de octubre de 2017


ANNA GABRIEL Y YO


No tengo inconveniente en que la vida institucional quede deslucida para siempre: un país debe reflejar su altura moral, su altura estética, para que la historia lo juzgue. Lo que jamás permitiré es que imagines que tus ideas son más firmes o legítimas que las mías solo porque tu modo de mostrarlas sea más tosco y estridente. Confundir la mala educación con la convicción moral ni siquiera habla de ti: habla del sistema escolar que te ha hecho esto.


domingo, 1 de octubre de 2017


REFLEXIÓN SOBRE LO QUE OCURRE EN CATALUÑA






Me pregunto por qué en el estado más centralista del mundo, donde durante 250 años todo idioma que no fuera el central estaba prohibido en la escuela, donde la mera autonomía administrativa siempre ha despertado sospechas, donde ni siquiera las divisiones territoriales respondían a la historia ni en sus límites ni en sus nombres, donde nada que no fuera el poder central existía a ningún efecto... ni los catalanes, ni los vascos, ni los bretones, ni los alsacianos han sido nunca un problema. Y me pregunto por qué un estado que reconoce amplísima autonomía política, lenguas vehiculares en la escuela distintas a la estatal, regímenes fiscales independientes como el de Euskadi o Navarra... es incapaz de una mínima cohesión social y cultural. La pregunta, en principio, parece una defensa del statu quo. Me temo, sin embargo, que es más ácida de lo que parece: demuestra que hay estados fallidos y estados exitosos. Francia, brutal con todas las identidades ajenas a la de París y su hinterland, es un estado exitoso. España, en cambio, es un estado fallido. No tengo las respuestas. Solo una, bastante irrelevante para los que viven con pasión estos asuntos: que las ciencias sociales tienen muy poco de ciencia y que la historia es una amalgama voluble, confusa, inexplicable.

viernes, 1 de septiembre de 2017



MECAGÜENDIOS, CON DOS COJONES, KONPARSITXU


En el jatetxe, en la mesa de al lado, los prejubilados de la caja de ahorros, de telefónica, de iberdrola, dicen mecagüendios unas 20 veces por minuto. Yo he quedado con mi hijo y cuando llega nos damos un beso y empezamos a hablar en esa lengua que ellos reverencian como a un hueso de Santa Teresa pero en la que apenas llegan a saludar. Acojonados, confusos, acomplejados, callan, como si les hubiera regañado el viejo cura del colegio. Me dan ganas de susurrarles al oído mecagüendios un par de veces, para animarlos un poco. Incluso decirles algo bueno sobre el equipo de fútbol local, y que me crean uno de ellos, y puedan sentirse un poco más verdaderos. Pero no, hoy no quiero. Este es mi país, mi país, de nombre incierto. Mecagüendios, mutilak.

martes, 22 de agosto de 2017

LA TXOSNA Y LA LIBERTAD





LA TXOSNA Y LA LIBERTAD



Las txosnas son unos bares populares que se levantan en las fiestas de Bilbao, bares adscritos a distintas asociaciones denominadas konparsas. Muchas de ellas tienen un poso ideológico, oculto o declarado, de extrema izquierda: anarquismo, izquierda abertzale, comunismo o alguna otra delicada forma de pensamiento. Este año, una de las konparsas en cuestión decoró su txosna con motivos violentamente cristianófobos. La verdad es que la cristianofobia, a pesar de la abigarrada teología cristiana (El cristianismo es la religión, strictu sensu, más “increíble” y, dentro de sus versiones, el catolicismo, en términos racionales, la más increíble de todas) suele recurrir siempre o casi siempre a la crucifixión. Esta vez también lo ha hecho. La cristianofobia no suele tener mucha imaginación. Ni detallo la parafernalia ni tampoco la reproduzco: los curiosos y los propensos al escándalo no tendrán problemas en encontrarla en Internet.






El alcalde de Bilbao, presunto católico, ha ejecutado la danza del vientre en medio del volar de los puñales. Cuenta con amplio margen para hacerlo: en esta sociedad, no hay un catolicismo mínimamente organizado que pueda meter a ningún político la más mínima presión mediática o electoral. El alcalde está a salvo y bien a salvo porque, como él dice, no quiere “valorar gestos”. Pero el Obispado de Bizkaia sí ha interpuesto una denuncia y, con motivo de ella (y al parecer de forma preventiva, a la espera de posterior resolución judicial), los carteles blasfemos han sido retirados. Como contestación al asunto, la coordinadora de konparsas, a modo de protesta, los ha reproducido en casi todas las txosnas que estos días se alzan en El Arenal de Bilbao. Esto también era previsible, claro.



Mi opinión es la siguiente: soy contrario a la demanda del obispado, y soy contrario a la retirada de los carteles en la txosna en cuestión. Entiendo que el Obispado de Bizkaia haya protestado (Es lo suyo) contra esa absurda exposición, que atenta contra los sentimientos de algunas (no tantas) personas que somos católicas no solo por accidente sino por profesión de fe. Pero de la crítica a la censura va un paso que una sociedad liberal (o que yo desearía liberal) no se puede permitir. Recuerdo una expresión de mi buen amigo Juan Ignacio Pérez Iglesias, con algún motivo social que no alcanzo a recordar: “exijo se me reconozca el derecho a sentirme ofendido”. Y también las expresiones de los comentaristas intelectualmente más consistentes de las redes sociales, con motivo de la circulación del autobús naranja, también llamado “el autobús del odio”, que puso en marcha hace unos meses la organización HazteOír. Muchos de ellos estaban en radical desacuerdo con las ideas que se manifestaban mediante aquel vehículo, pero al mismo tiempo se encontraban bastante incómodos con las exigencias de censura. Yo tampoco me siento nada cómodo con la censura que los poderes públicos han practicado ahora, impulsados por el obispado de mi diócesis, por mucho que haya tipos penales que, sin duda, estén respaldando la acción.



No, no me ha gustado la censura. La txosna debía haber permanecido con los motivos que puso la konparsa. Tengo derecho a sentirme ofendido. Tengo derecho a escuchar o ver cosas incómodas. Tengo derecho a que me contradigan. Incluso a que me duelan. Entre otras cosas, porque solo mi aceptación de que alguien pueda manifestar ideas contrarias a las mías me dará derecho a manifestar ideas contrarias a las suyas.



Corremos el riesgo de acabar encajonados en la grotesca ausencia de libertad de expresión que padecen ya muchos países anglosajones, en los que toda clase de minorías imponen un inenarrable derecho a no escuchar, ni ver difundidas, ideas ajenas a su delicada sensibilidad. Ese es un peligro cierto, un peligro que se va haciendo real, un peligro que la decisión de interponer una demanda por parte del Obispado de Bizkaia no hace más que aumentar.



Yo quiero expresar mis ideas sin miedo a que un grupo o colectivo con demasiado tiempo libre me denuncie. Y para ser coherente con eso yo debo exigir que cualquier otra persona o grupo manifieste lo que Dios le dé a entender, sin que eso suponga la comisión de unos de esos delitos melifluos, abstractos, de comprometida definición jurídica, vinculados con el odio o la sensibilidad.



En definitiva, yo defiendo el derecho de la konparsa en cuestión a ofenderme, porque así defiendo mi derecho a llamarlos sociópatas y resentidos, a criticar en público y privado su actitud, y por supuesto, a EXIGIR al ayuntamiento que no financie con mis impuestos a gente con cuyas ideas no estoy nada de acuerdo.



Quiero que las konparsas de todas las txosnas, en tanto en cuanto no cometan delitos dañosos, delitos tangibles, digan lo que quieran. Solo así yo también podré decir que muchas de las konparsas reúnen agrupaciones de fracasados ideológicos que remueven sus sueños de adolescencia durante una semana al año. Me complace que ideologías clamorosamente derrotadas por la ética, la política y, sobre todo, por la historia, levanten su txosnita anual: todos los sociópatas necesitan aliviaderos para sus turbias obsesiones. No dudo de que, en pocos años, disfrutaremos en El Arenal de una txosna chavista: será la mejor constatación de que el tirano de Venezuela ya ha caído y que el pueblo venezolano ha salido de la miseria. Que sus admiradores prejubilados vendan cerveza recalentada y vino apestoso en El Arenal. Con no comprarlos yo tendré suficiente.



No, no me gusta el acto de censura que se ha producido en Bilbao. Y eso no me lleva a aprobar esa blasfemia un ápice más que todas esas personas que, creyentes o no, han aceptado o jaleado ese acto de censura. Siento, como liberal, el imperativo ético de defender, sobre todo, la libertad de los demás. Vivimos en una sociedad en que el mismo concepto de libertad, como tantos otros, viene manejado y manipulado por la izquierda, que es la que gobierna (con el permiso del señor alcalde y de tantos otros políticos) el universo moral en que vivimos. La izquierda habla de libertad para aludir a SU libertad. El izquierdista dice libertad proyectando ese concepto en su conducta, en su pensamiento, en sus particulares liturgias socio-políticas. Y no dudo de que la extrema derecha, cuando menciona esa palabra, la contempla del mismo modo.



Pero el liberal tiene la obligación de asumir un concepto de libertad mucho más comprensivo, omnicomprensivo. Mi obligación, al decir libertad, es pensar también, y quizás sobre todo, en la libertad de los demás. La libertad de los demás, el respeto a la libertad de los demás, legitima la mía. Y mi defensa de la libertad mejora en calidad cuando apelo al derecho a ella que tienen no solo los distintos a mí, sino incluso mis adversarios.



Eso sí: ese mismo concepto liberal de libertad, valga la necesaria redundancia, me lleva a otras conclusiones. Exijo que el poder público no solo no financie, como no lo hace ya, a la religión católica, exijo que no financie tampoco a otras confesiones, exijo que no financie partidos políticos o sindicatos que (por más que tengan una importante función en el espacio público) son entidades particulares con ideas particulares, exijo que no financie asambleas feministas o federaciones de deportes, exijo que no financie estadios de fútbol de primera división, exijo que no financie premios literarios ni festivales de ópera y, por supuesto, exijo que no financie a una coordinadora de konparsas llena de resentidos. Desde luego, en tanto en cuanto mi familia padezca los brutales niveles impositivos que me impone el poder, no dudaré en aprovechar las parciales ventajas que me ofrezca el sistema (Sean bienvenidas todas las inversiones a mi actividad). Pero yo sería muy coherente con el sistema si el sistema fuera otro: si la consecuencia de una bajada de impuestos fuera que no hubiera premios literarios ni inyecciones de dinero a konparsas, partidos y sindicatos, contento estaría de pagar por el solo mantenimiento de las administraciones públicas, y de ciertos servicios educativos y sanitarios, que sería lo que toca.



Termino con la depravada declaración, ayer mismo, de una portavoz de la coordinadora de konparsas. Defendía el derecho a la ironía, al humor, a la crítica social. Eso sí, con una importante salvedad: siempre que "no sea contra un colectivo oprimido y minorizado". Prefiero no extenderme en la degeneración moral que comporta esa expresión. Un modo nada disimulado de decir: “caña al católico, claro, y jódete, católico: porque los feministas, los homosexuales, los inmigrantes y los musulmanes sí tienen derecho a insultarte, a mofarse de ti, pero tú te tienes que callar”. Desde luego, me gustaría que ni un solo euro de mis impuestos fuera a apoyar a esa caterva de desalmados, pero estoy completamente seguro de que esto que digo es un brindis al sol: hace mucho tiempo que en este país los partidos políticos, todos los partidos políticos, no existen para defender el interés general, sino para rendir obediencia a los grupos de presión organizados.



Por todo eso estoy en contra de la denuncia interpuesta por el Obispado de Bizkaia, en contra de la censura de ideas y en contra de que mis impuestos financien unas fiestas groseras y sectarias que nada significan ya para mí.