EL ENCANTO DE LA CONSPIRACIÓN UNIVERSAL
La Ojrana, la policía
política zarista, es la responsable de aquel célebre invento que luego
popularizaron los nacionalsocialistas: los Protocolos de los Sabios de
Sión.
El documento en cuestión era
una burda falsificación que, en términos sencillos, imputaba a los judíos (a
una selecta minoría de judíos) los grandes problemas del mundo. El presunto
autor del documento (judío, claro) no dudaba en atribuirse toda clase de
responsabilidades, por más que fueran entre sí contradictorias. De hecho, el
mal terrible que inoculan los judíos en el mundo abarca desde la extensión del
marxismo hasta la exacerbación del capitalismo. La coherencia no ha sido,
precisamente, el valor principal de las teorías que explican la realidad a
partir de la teoría de la conspiración.
Los Protocolos de los Sabios
de Sión, que tantos indigentes mentales han utilizado (desde el zarismo o el
nacionalsocialismo hasta, hoy mismo, el fundamentalismo palestino de Hamás o
ciertos clérigos iraníes) apenas son el símbolo más claro de una necesidad humana
apremiante: contar con una herramienta sencilla que explique la realidad.
Hace poco una persona
respetable me expuso su particular explicación de la actual crisis económica:
la reunión secreta de un escogido ramillete de supermillonarios que, no
contentos con ser insultantemente ricos y controlar nuestras conciencias
(porque lo hacen) han decidido, también, llevarnos directamente a la miseria,
quién sabe por qué razón.
Las teorías conspiratorias
para explicar la realidad tienen muchas ventajas: son sencillas, explican toda
clase de problemas y cuentan, además, con el encanto del secreto. Si alguien
revela a sus semejantes la existencia de un secreto, no cabe duda de que se
trata de una persona muy lista. Todo expositor de la teoría conspiratoria, en
cualquiera de sus versiones, juega con una implícita verdad: la de que es mucho
más inteligente, y está mucho mejor informado, que aquellos que reciben su
cegadora revelación.
Nada importa que la teoría
conspiratoria embista contra la realidad y se descuerne: la teoría
conspiratoria no se resiente ante la falta de pruebas porque se resguarda en
la fe.
Otra versión de la teoría,
muy frecuente, no duda en proclamar que todos los medios de comunicación están
absolutamente controlados por una unitaria y maléfica entidad que abduce nuestro
pensamiento. Nada importa que periódicos como Gara, La Razón o Público digan cosas radicalmente
contrarias acerca de cualquier cuestión política o social. Nada importa que
cualquier ser humano, mejor o peor intencionado, abra mañana un blog y exponga
en él sus cuitas y opiniones. Para el defensor de la teoría de la conspiración, en su
versión informativa, todos somos un coro de replicantes.
Nadie duda de que la
realidad está trufada de grupos de presión, perfectamente sindicados, que
defienden intereses políticos, económicos o sociales. Nadie puede dudar, en
suma, de que “se conspira” a toda máquina. Pero la fantástica idea de que la
realidad es responsabilidad de cuatro prebostes escogidos que llevan siglos
heredando escaños en un mistérico concilio de miserables es un infundio.
Eso sí, cumple una
importante función económica: ahorra muchas energías, nos exime de pensar.
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