viernes, 12 de diciembre de 2014




EL ENCANTO DE LA CONSPIRACIÓN UNIVERSAL





La Ojrana, la policía política zarista, es la responsable de aquel célebre invento que luego popularizaron los nacionalsocialistas: los Protocolos de los Sabios de Sión.

El documento en cuestión era una burda falsificación que, en términos sencillos, imputaba a los judíos (a una selecta minoría de judíos) los grandes problemas del mundo. El presunto autor del documento (judío, claro) no dudaba en atribuirse toda clase de responsabilidades, por más que fueran entre sí contradictorias. De hecho, el mal terrible que inoculan los judíos en el mundo abarca desde la extensión del marxismo hasta la exacerbación del capitalismo. La coherencia no ha sido, precisamente, el valor principal de las teorías que explican la realidad a partir de la teoría de la conspiración.

Los Protocolos de los Sabios de Sión, que tantos indigentes mentales han utilizado (desde el zarismo o el nacionalsocialismo hasta, hoy mismo, el fundamentalismo palestino de Hamás o ciertos clérigos iraníes) apenas son el símbolo más claro de una necesidad humana apremiante: contar con una herramienta sencilla que explique la realidad.

Hace poco una persona respetable me expuso su particular explicación de la actual crisis económica: la reunión secreta de un escogido ramillete de supermillonarios que, no contentos con ser insultantemente ricos y controlar nuestras conciencias (porque lo hacen) han decidido, también, llevarnos directamente a la miseria, quién sabe por qué razón.

Las teorías conspiratorias para explicar la realidad tienen muchas ventajas: son sencillas, explican toda clase de problemas y cuentan, además, con el encanto del secreto. Si alguien revela a sus semejantes la existencia de un secreto, no cabe duda de que se trata de una persona muy lista. Todo expositor de la teoría conspiratoria, en cualquiera de sus versiones, juega con una implícita verdad: la de que es mucho más inteligente, y está mucho mejor informado, que aquellos que reciben su cegadora revelación.

Nada importa que la teoría conspiratoria embista contra la realidad y se descuerne: la teoría conspiratoria no se resiente ante la falta de pruebas porque se resguarda en la fe.

Otra versión de la teoría, muy frecuente, no duda en proclamar que todos los medios de comunicación están absolutamente controlados por una unitaria y maléfica entidad que abduce nuestro pensamiento. Nada importa que periódicos como Gara, La Razón o Público digan cosas radicalmente contrarias acerca de cualquier cuestión política o social. Nada importa que cualquier ser humano, mejor o peor intencionado, abra mañana un blog y exponga en él sus cuitas y opiniones. Para el defensor de la teoría de la conspiración, en su versión informativa, todos somos un coro de replicantes.

Nadie duda de que la realidad está trufada de grupos de presión, perfectamente sindicados, que defienden intereses políticos, económicos o sociales. Nadie puede dudar, en suma, de que “se conspira” a toda máquina. Pero la fantástica idea de que la realidad es responsabilidad de cuatro prebostes escogidos que llevan siglos heredando escaños en un mistérico concilio de miserables es un infundio.

Eso sí, cumple una importante función económica: ahorra muchas energías, nos exime de pensar.

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