Crónicas de un país progresista, ecologista, feminista y animalista, donde los ultraneoliberales no son bien recibidos
domingo, 20 de noviembre de 2016
martes, 13 de septiembre de 2016
NUESTRA HISTORIA (Ed. Páginas de Espuma)
CON MOTIVO DE LA PUBLICACIÓN
DE "NUESTRA HISTORIA"
(Páginas de Espuma, 2016)
Alterna géneros al publicar. ¿Cómo
es la escritura de los libros de Pedro Ugarte? ¿Combina larga y corta
distancia?
A mí me
gustan la novela, el cuento, y eso que hoy se llama microrrelato, y que empecé
a practicar a mediados de los años 80, cuando ni siquiera existía esa palabra.
Por eso tengo la impresión de que siempre estoy escribiendo, a la vez, tres
libros distintos: una novela, un libro de cuentos y prolongando un libro de
microrrelatos que me acompaña desde hace muchos años. Digamos que son como tres
raíles y yo voy subido en un vagón extraño, que tiene tres líneas de ruedas.
Nuestra historia es un
libro apegado a esa huella que ha dejado la crisis económica o el cambio de
paradigma de la sociedad española. ¿Cuánto hay de preocupación por nuestra
realidad, por nuestra historia?
Todo título
literario debe ser un poco ambiguo. En Nuestra
historia, la ambigüedad reside en el término “nuestra”. ¿Habla el autor de
su historia? ¿De la de sus amigos, su familia o su generación? ¿Habla de todos
nosotros? Creo que se suman esas cosas. La crisis económica ha sido de gran
dureza, pero todos esos sujetos que he mencionado la han (la hemos) padecido,
también está en crisis la familia, los modelos de trabajo, el ejercicio del
poder… Todo eso aparece en Nuestra
historia y me gustaría que las personas que lean el libro pudieran verse
reflejadas en algunas historias, o en algunas páginas.
En su libro hay
una presencia significativa de personajes que, pese a que algunos están
convencidos de que esa debe ser su vida y otros vencidos por su existencia,
sigue habiendo en ellos un afán secreto por el hallazgo de momentos felices,
que no es otra cosa la felicidad. Para lograrlo los caminos, las
"opiniones" sobre la felicidad, son muchas. ¿Cómo le trasladamos al
lector esa caracterización de los personajes y esa rendija de luz que
entra por su libro una vez abierto?
Uno de los
cuentos del libro se titula Opiniones
sobre la felicidad, y me divirtió tanto ese concepto que a posteriori
decidí introducir en otros relatos alguna “opinión” sobre la misma, opiniones
que hasta pueden ser contradictorias entre sí. En ese aspecto, los cuentos de
este libro también aluden a nuestra vida, a “nuestra historia”: perseguir la
felicidad es lo mejor que podemos hacer, aún siendo conscientes de lo
complicado que resulta alcanzar aunque sea algún retazo.
Este es posiblemente su libro más
melancólico y conmovedor. Sin renunciar a la voz y el tono de algunos de sus
cuentos, sí encontramos una vuelta de tuerca. ¿Es parte de una evolución
literaria?
Sí, hay
alguna evolución. Ahora escribo con un humor más moderado, tocando otras teclas
de la naturaleza humana. Me fijo más en nuestras debilidades, en nuestras
esperanzas... Antes procuraba impactar más a través del humor. Ahora,
modestamente, y si puedo hacerlo, emocionar.
La pregunta eterna sobre esa
tierra de nadie entre la biografía y la ficción. ¿Su obra Nuestra
historia también es "su" historia?
Seré morboso
hasta la precisión final: cinco de las diez historias lindan con mi
autobiografía, si es que no entran directamente en ella; otras cuatro tienen
muy importantes elementos autobiográficos; y solo en una de ellas lo
autobiográfico, que también existe, en más bien lateral. Lógicamente, jamás
revelaré esos detalles… Pero me gustaría que los lectores pudieran realizar el
mismo juego y descubrir, en algunos de
estos relatos, secretas vetas de su vida personal.
jueves, 25 de agosto de 2016
EN CONTRA DEL PENSAMIENTO MÍTICO...
EN CONTRA DEL PENSAMIENTO MÍTICO...
TAMBIÉN EN ECONOMÍA
Se habla mucho de las supersticiones con relación a las ciencias
experimentales, pero nunca con relación a la ciencia económica. Quizás
porque la política aún prevalece en ese último ámbito, y maneja a su
placer el odio, la ignorancia y el miedo, los peores instintos del ser
humano, engañando a las masas con la eficacia de un siniestro
inquisidor. Si en otro tiempo estaba prohibido decir que la Tierra no
era el centro del universo, ahora está prohibido decir que la riqueza no
es una masa constante a lo largo de la historia, o que si se pone un
precio mínimo a un bien habrá un exceso de oferta y que si se pone un
precio máximo a un bien desaparecerá del mercado. Está prohibido decir
que si se impide la venta legal de un producto demandado por la gente
esta correrá a cargo del mercado negro. Está prohibido decir que hay una
relación directa entre mayor intervencionismo público y mayor nivel de
corrupción. Está prohibido recordar que, si se eliminan los incentivos
económicos, se priva de impulso al trabajo y al instinto empresarial. La
economía es el último refugio de los demagogos, de los tiranuelos, de
los pandilleros graduados en la Complutense, porque la economía sigue
dominada por los mitos y las supersticiones, y en medio de esa
ignorancia los magos pueden hechizar a las masas y jugar con los
sentimientos de pobres y humillados. Y no, en ese campo no hay mucho
escéptico dispuesto a alzar la voz y decir la verdad, porque elogiar a
Galileo en el siglo XXI viste mucho y sale gratis, pero denunciar la
credulidad económica sí resulta arriesgado, y ellos saben que pueden
jugarse mucho, y tienen miedo, y pocas ganas de meterse en problemas, y
asumen, al fin y al cabo, que en el silencio no se vive tan mal.
sábado, 25 de junio de 2016
Una Europa sin pasión
UNA
EUROPA SIN PASIÓN
Tantas
cosas se han dicho sobre el Brexit en poco más de 24 horas que añadir algo
nuevo deviene casi imposible.
Pero
hay una cuestión que, en mi opinión, siempre ha estado presente y que, siquiera
de forma lateral, afecta a la creciente y general desafección que suscita el proyecto europeo: la falta de asideros simbólicos y emocionales para
esa futura patria común.
Sin
pasión es imposible erigir (en las conciencias humanas, que es donde
verdaderamente existe) una patria o una nación. Sin pasión aún es más difícil
erigir una nación de naciones. La Unión Europea renunció a hacerlo desde el
principio, confiándolo todo a las notas del Himno de la Alegría y al diseño de
una bandera realmente bonita.
Pero
esa ausencia de todo espíritu movilizador, esa renuncia implícita a utilizar
recursos emocionales ha sido, a lo largo de
las décadas, un lastre que ha dificultado la aparición de un mínimo entusiasmo
europeísta.
Se
puede argumentar que el uso de esos recursos es propio de ideologías
irreflexivas y que estas a menudo devienen en movimientos antidemocráticos.
Pero también es cierto que los principios ilustrados y las altas consideraciones
morales, por sí solos, no conquistan los corazones de los pueblos. Como mucho,
los de escogidas minorías.
Podrá
gustar o no, pero los seres humanos necesitan asideros físicos y asideros
psicológicos para sus creencias, sus convicciones o sus principios. Las
religiones, las naciones, los partidos políticos, los sindicatos, los
movimientos sociales de toda condición, urden liturgias, redactan eslóganes,
diseñan símbolos, conciertan reuniones, todo con el fin de anclar en los
corazones las ideas que manifiestan. Europa nunca ha querido hacer eso. Europa
consideraba que el mero progreso del bienestar material y el recuerdo de las
terribles guerras del pasado serían suficientes para mantener en los corazones
un razonable espíritu de concordia europeísta.
Lo
que no se ha dado cuenta es que la ciudadanía europea ya no considera la
prosperidad material una conquista de nuestra civilización, sino que la
considera apenas un mero dato de la realidad, del mismo modo que el recuerdo de
las terribles guerras del pasado se diluye sencillamente porque el sistema
educativo ya no habla de las terribles guerras del pasado. Pienso ahora que, si
los jóvenes europeos hacen del bienestar un dato dado, también hacen de la paz algo
parecido: son cosas que ahí están, que quizás han estado siempre, y que por
tanto no se hallan en peligro porque forman parte de una realidad lógica y
estable. Cuánta inocencia. Cuánto candor...
Además,
seamos sinceros: Europa realmente no se ha construido sobre la famosa bandera azul o la
inmortal pieza de Beethoven. Europa se ha construido sobre una
minuciosa política agrícola que regulaba y volvía a regular el precio de los
tomates o de las berenjenas. Europa se ha construido sobre el constante establecimiento de toda
clase de prohibiciones fundadas en una implacable policía sanitaria. Europa se ha construido sobre largos y aburridos reglamentos economicistas, y no sobre brillantes textos fundacionales, ebrios de altura política y moral.
La burocracia política está investida de toda clase de defectos y no hay que descartar que en ella pueda haber incluso alguna virtud, pero si de algo podemos estar seguros es de que una burocracia no despierta pasiones y que es el instrumento más torpe para llevar nada a los corazones humanos, nada que no sea indiferencia, cuando no severa antipatía o, incluso, auténtico desprecio.
La burocracia política está investida de toda clase de defectos y no hay que descartar que en ella pueda haber incluso alguna virtud, pero si de algo podemos estar seguros es de que una burocracia no despierta pasiones y que es el instrumento más torpe para llevar nada a los corazones humanos, nada que no sea indiferencia, cuando no severa antipatía o, incluso, auténtico desprecio.
domingo, 19 de junio de 2016
EUSKADI, NUEVA REGIÓN DE ESPAÑA
Cierto nerviosismo, en los
partidos nacionalistas vascos, ante el nuevo panorama político y cierta
desorientación a la hora de amoldarse a las nuevas circunstancias, como si,
después de tantos años de estabilidad (trágica estabilidad, pero estabilidad al
fin y al cabo) no vieran el modo de enmendar las antiguas consignas y encontrar
otras que respondan al nuevo estados de las cosas.
Es
como si, después de cuatro décadas acomodado a un buen colchón de muelles, te exijieran
acostarte en una cama de agua: el desasosiego impedirá que te sientas bien y,
por supuesto, impedirá que concilies el sueño.
Hay
dos circunstancias que explican la liquidación del viejo status quo: la nueva
estructura española de partidos políticos y la desaparición de ETA.
Cuando
eran dos los partidos estatales que competían por el poder, los partidos
pequeños podían ser decisivos en el Congreso de las Diputados, para enmendar unos
presupuestos o para apoyar una candidatura de gobierno. El PNV se convirtió en maestro
en estas lides. Su electorado estaba acostumbrado a la máxima flexibilidad. En
Euskadi el PNV es capaz de llegar a toda clase de acuerdos con toda clase de
partidos, desde el PP hasta la extrema izquierda. Por eso no había problema
para reproducir esa práctica en el Congreso y apoyar candidatos o presupuestos (ora
conservadores, ora socialistas), siempre a cambio de alguna beneficiosa dádiva (de
lo cual nunca me quejaré, dicho sea de paso). A la comprensión de su base
votante, se le unía la ventaja de ser un partido sin ideología fuera de la
cuestión nacional: podía encomendarse a Dios o al diablo, o al diablo o a Dios
(según consideraran el PSOE y el PP).
Pero
las cosas han cambiado, tanto para el nacionalismo democrático como para el
nacionalismo radical. Hablemos de cada uno de ellos.
Con
la existencia de cuatro partidos estatales, el poder dirimente del PNV desaparece en el
Congreso. Además ha disminuido su número de escaños: inició la Transición con
ocho diputados, pero ahora contento estaría reeditando los seis que tiene, ante
el riesgo de quedarse en cinco. La debacle de la natalidad vasca incide en este
descenso (este es un hecho dramático, pero que jamás menciona el PNV, para no
ser “acusado” de conservador) ya que hay menos escaños a repartir. Pero sobre
todo opera la aparición de Podemos, dinamitando el viejo panorama electoral. Ahora
el PNV asiste inerme al ascenso de la extrema izquierda porque, en términos
ideológicos, no tiene nada que oponer. Podemos cuenta con el respaldo de la
rabia y la frustración, redunda en oscuros sentimientos, retoma causas que se
hunden en la noche de los tiempos, resucita al dictador para beneficiarse de un
revenido antifranquismo y realiza propuestas presupuestarias inconcebibles,
amparada en la escasa formación económica del común. Frente a eso, el PNV ni
siquiera tiene el coraje de hablar de libertad política, prosperidad económica
o dignidad moral: apenas opone a sus adversarios una pacata “agenda vasca” que,
en este contexto político, es lo más inane que cabe imaginar. Ver a los
candidatos del PNV clamando por la obtención de alguna competencia estatutaria
(la gestión penitenciaria, por ejemplo) pudo servir en otro tiempo, pero hoy
resulta insuficiente frente a la épica populista que exhiben sus directos
enemigos en la búsqueda de escaños. A lo mejor, en reuniones internas, los
antaño jeltzales hablan de estas cosas, pero exteriormente no mueven una ceja. Habida
cuenta el actual estado de la opinión, pelear por el voto más joven apelando a
competencias estatutarias no trasferidas es como impedir el hundimiento del
Titanic moviendo de sitio los sillones del salón principal. Entre el Mal y la
Nada, la mayoría suele optar por la Nada, pero cuando un amplio contingente de aquella
ha decidido que el Mal ya no es el Mal, la Nada tiene las de perder. Hablar del
Estatuto y de ese vago fetiche denominado “agenda vasca” puede justificar el
sueldo mensual de un estratega, pero muestra escasa eficacia cuando lo que está
en juego no es una mayoría parlamentaria o una presidencia de gobierno, sino
algo tan enorme como la supervivencia de la democracia liberal o el
advenimiento de la mitología chavista. El PNV, creo, confía su supervivencia a
las elecciones autonómicas (hablo de los tres territorios occidentales, claro)
y al mantenimiento de la lehendakaritza de Vitoria para aguardar tiempos
mejores. Si opera ese milagro en otoño hasta podría parecer que se me quita la
razón.
La
situación no pinta mejor para EH Bildu, penúltima identidad corporativa de la
izquierda abertzale. Podemos ha succionado parte del voto radical porque
Podemos es mucho más radical que EH Bildu. La gestión que esta realizó en la
Diputación de Gipuzkoa ha demostrado que el lobo era más bien vegetariano: al
margen de los esperables gestos de cristianofobia y de alguna molesta incursión
fiscal, la izquierda abertzale lo apostó todo a un sistema de recogida de
basuras estrafalario, mientras subvencionaba las obras de reacondicionamiento
del Hotel María Cristina, símbolo del aristocrático y borbónico elitismo
donostiarra. Tantos cientos de muertos (propios y ajenos) para acabar luchando
por un sistema municipal de recogida de basuras. Es una de las metáforas más
tristes y grotescas de la historia política universal. En 1987, la izquierda
abertzale utilizó en una campaña electoral el lema “Dales donde más les duele”.
La cuestión es que, de un tiempo a esta parte, la frustración personal,
sublimada en conflicto político, tiene una oferta mucho más eficaz: Podemos. En
ese sentido, un país como Euskadi, donde el empresariado lleva cinco décadas
siendo sistemáticamente vilipendiado, donde la ideología de género campa por
sus respetos y prohíbe el disenso, un país donde el capitalismo se ha
convertido en El Maligno, un país, en fin, sometido a intensos niveles
escolares de reeducación socialista, tiene en Podemos un imaginario mitológico superior
al de la vieja izquierda patriótica. EH Bildu no sabe adaptarse a las nuevas
circunstancias: es una formación que, al contrario que el reptiliano y mimético
PNV, permanece anclada en sus principios fundacionales. Desde un punto de vista
evolutivo, no hay en todo el espectro político una formación más conservadora
que EH Bildu: cambian de siglas, pero su doctrina es pétrea como un pedazo de
granito.
Todo
esto tiene que ver, además, con la desaparición de ETA. Mucho querría
distinguirse el eurocomunismo de la URSS, pero cuando cayó la patria del
socialismo real los partidos comunistas de todo el mundo se vieron zaheridos.
Del mismo modo, la desaparición de ETA ha supuesto al nacionalismo vasco (y al
País Vasco, como sujeto político e informativo) una degradación en la jerarquía
sociopolítica e informativa de España y de Europa.
Irlanda
de Norte mantuvo una sobreexposición informativa gracias al conflicto violento
no resuelto. La norma opera con la misma eficacia en otros lugares: los vascos
hemos sido “famosos” gracias a nuestro siniestro conflicto, del mismo modo en
que lo han sido, por ejemplo, los tamiles del norte de Ceilán. No dudo de que
Ceilán, India, Indonesia o las alejadas aldeas de las cordilleras más extremas del
Indu-Kush están jalonadas de pequeñas e interesantes minorías étnicas,
lingüísticas o religiosas, pero si de ellas nada sabemos es por una razón muy
simple: porque no han practicado la violencia, o porque no la han practicado en
la medida necesaria para que su existencia trascienda la red mediática local y
llegue a los centros neurálgicos de información internacional.
Sin
ETA, a los vascos nos espera, políticamente hablando, un destino modesto. Somos
un país de fronteras difusas, donde una formación de extrema izquierda ha
encontrado ahora la carne de cañón que encontró en su momento el absolutismo
carlista. Somos un país que, en su parcela “consciente”, apenas alcanza dos
millones de habitantes, y con cifras a la baja. En esas condiciones, atrapados
en la red de una causa de extrema izquierda (de un modo parecido al que, a lo
largo de más de siglo y medio, estuvimos atrapados en una de las últimas causas
tradicionalistas de Europa) el destino que nos espera es humilde en su
tristeza: una comunidad autónoma más, una modesta y pequeña región que enviará
al Congreso español algunos representantes, pero a los que nadie espera con
expectación, ya que la verdadera lucha electoral se produce en Barcelona, en
Valencia, en Alicante o en Sevilla.
Esos
sí, nos seguiremos imaginando grandes. Es lo que nos toca. Y quizás haya que
agradecer ese narcótico que nos inyectamos varias veces al día para, con el
tiempo, soportar nuestra insignificancia regional.
miércoles, 8 de junio de 2016
PARA ENTENDERLO TODO
Cristianos europeos ponen bombas en La Meca y en El Cairo, en el metro de Casablanca, en una torre de oficinas de Bahrein. Pero mucho más fácil es hacerlo en África, donde perpetran masivos genocidios religiosos en aquellos países donde predomina el Islam. Son decenas de miles de muertos en los diez últimos años. Al mismo tiempo, en Europa, fanáticos cristianos ahorcan, queman y crucifican a cristianos tibios, a homosexuales, a musulmanes. Millones de refugiados, que huyen de la violencia, se amontonan en los límites de la Turquía europea, clamando no por quedarse allá, sino por llegar a Emiratos Árabes Unidos, y a sus atractivas ciudades llenas de confort y de riqueza. Los cristianos siguen poniendo bombas en Túnez y en Argel, perpetrando atentados suicidas en Teherán y en Damasco. Muchos musulmanes sienten vergüenza porque Turquía no deje entrar a los miles de cristianos que exigen llegar hasta Emiratos. En la prensa islámica, intelectuales de altura recuerdan que la violencia de los cristianos es en realidad la respuesta de los desesperados y alertan contra la amenaza de la cristianofobia.
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