sábado, 10 de enero de 2015

ISLAMOFOBIA Y ELEUTHEROFOBIA




ISLAMOFOBIA Y ELEUTHEROFOBIA





Cada vez que se produce algún atroz atentado inspirado por una interpretación radical, fundamentalista, de la religión islámica, siempre aparecen voces (lo han hecho también en Euskadi, con un didactismo irritante) cuya primera reflexión, antes que cualquiera otra, es el peligro en que nos encontramos de caer en la islamofobia. Ha ocurrido lo mismo tras los atentados de París, que han acabado con la vida de 20 personas, diecisiete de ellas inocentes.

No se puede dudar de que han existido, y existen, sentimientos de islamofobia. Los hay como se pueden identificar fobias de muy distinto orden, y muchas de ellas vinculadas a ideologías, doctrinas, filosofías o religiones.

Pero existe, así mismo, una fobia muy concreta sobre cuyos “riesgos” no se puede elucubrar ya que su existencia es tan abrumadora que no puede negarse en ningún caso: el odio a la libertad.

Aquello que no tiene nombre concreto es más difícil que se haga visible en la mentalidad humana y, en consecuencia, en el debate social. Por eso, creo, el odio a la libertad no es un concepto que manejemos a diario o que entre en nuestro esquema de valores (o, más bien, en nuestro listado de falta de valores). Pero el odio a la libertad existe, ha existido antes y existirá también en el futuro. Y el odio a la libertad será lo más difícil de extirpar de entre nuestros atavismos morales porque, como explicó un día con acierto mi amigo Esteban Umerez: “no prevalecerá la libertad: no soportamos que otros la utilicen”.

La eleutherofobia, el odio a la libertad, es una ideología. Es una ideología en sí. Es una ideología clara, concreta y susceptible de definición. Quien odia la libertad hace de ella el núcleo de su pensamiento, más allá de la imaginería política concreta en la que se ampare. Por eso algunos de los dirigentes de la organización comunista Brigadas Rojas militaron en el fascismo en su juventud. Por eso buena parte del carlismo español pudo pasar con tanta ligereza, a mediados del siglo pasado, de la extrema derecha a la extrema izquierda. Por eso Roland Freisler, el sustento teórico y práctico del sistema judicial nacionalsocialista, fue antes bolchevique.

Al posible e indiciario riesgo de islamofobia se le superpone la contrastada existencia y práctica de la eleutherofobia, que en su versión yihadista se está cobrando decenas de miles de vidas en Estados Unidos, en Europa, en Siria, en Irak o en Nigeria.

El odio a la libertad, sustentado, en nuestro tiempo, en una interpretación fanatizada del islam, es una realidad evidente. Decir eso no es odio al islam. Por cierto, conviene recordar que la crítica no ya a una interpretación fanatizada, sino al islam mismo, no es islamofobia. El catolicismo, el feminismo, el socialismo, el comunismo, el ecologismo, el liberalismo u cualquier otra visión social, política, cultural, religiosa o filosófica que haya alumbrado el ser humano es “en sí” criticable. No hay nada en el islam que deba llevarnos a impedir su crítica, por parte de quien quiera ejercerla, como no lo hay en cualquier otra religión o ideología.

Lo malo, lo perverso, lo condenable, es que personas concretas, colectivos concretos, en virtud de sus ideas, sean estas cuales sean, se vean privados de sus derechos fundamentales por el mero hecho de ostentar esas ideas. Lo malo, lo perverso, lo condenable, no es criticar unas ideas, sino que las personas que sí las profesan se ven agredidas o no puedan proclamarlas.

Hay que estar en guardia ante los posibles brotes de islamofobia, porque las personas de fe islámica merecen todo el respeto y merecen la protección del ordenamiento jurídico en el ejercicio de todos sus derechos. Pero no hay que estar en guardia ante los posibles brotes de eleutherofobia porque el odio a la libertad no es un fenómeno probable: ya está aquí.

2 comentarios:

  1. El gran mal que nos aqueja, querido Pedro. cada día soy más consciente de ellos, cuando amigos de siempre o alguien que crees que te aprecia te da la espalda o te ridiculiza por no coincidir en su forma de ver un problema. Y son muchos quienes lo padecen, más de uno que profesa su insulto al que piensa diferente en nombre de ella, de su libertad de pensamiento en el que no se concibe mi libertad de pensamiento. La forma de vida que entiende su libre modo de pensar lleva consigo que yo doblegue mi forma de pensar o no tengo cabida en su círculo. Esa brecha invisible pero palpable.

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    1. Entiendo lo que dices, Carmen, porque el insulto o, por decirlo de otra manera, formar ridiculizantes o ridiculizadoras a la hora de argumentar, pueden herir sensibilidades. Pero una conciencia de lo que es y significa la lilbertad exige respetar su expresión pública, guste o no. Otra cosa es lo que dices al final: que la discrepancia lleve al exilio, a ese "no tener cabida" en el círculo de otros. También es doloroso, pero no se puede hacer nada en su contra. Yo siempre he tenido a título de honor tener amigos de ideas muy distintas a las mías y, sin embargo, seguir siendo amigos. Esa es la gran conquista de la tolerancia.

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