FOLLETOS PARA TODOS
Pablo Martínez Zarracina
Con la sonrisilla de superioridad que
alguna vez nos caracterizó, los europeos solíamos burlarnos de la costumbre
estadounidense de imprimir folletos explicativos para todo. Antes de Siri, los
mostradores americanos contenían constelaciones de prospectos. Era como si no
quedase una sola hipótesis fenomenológica
que no encontrase solución en un díptico con fotos de gente sonriendo.
Gracias al misterioso mundo de las
asociaciones mentales, recordé ayer
esos folletos. Fue al saber que la Diputación va a comenzar a impartir «educación tributaria» a los alumnos de Secundaria. No se
trata de hacer de los muchachos expertos fiscales, sino de hacerles entender la
importancia que tienen los impuestos en el mantenimiento de los servicios públicos.
La idea forma parte de las políticas antifraude. ¿Qué tiene que ver con los folletos? Pues
algo relacionado con la edulcoración y el utilitarismo: ese modo necesariamente
grosero en que la información se sintetiza en un mensaje. El espíritu de esas
clases se corresponderá con el que anima la campaña de la Renta: una mezcla
vistosa de lemas voluntaristas y ancianos sonrientes.
Y aquí viene la pregunta: ¿adoptar ese
tono en un centro educativo no es una rendición? Quiero decir que, para
entender lo que son los impuestos, los escolares merecen que les expliquen, por
ejemplo, qué es el Estado y el contrato social. Un
poco de Platón. Otro poco de Rousseau. Y eso debería estudiarse en filosofía,
esa asignatura que se relaciona con las musarañas metafísicas pero que también
se ocupa de asuntos tan concretos y cotidianos como el origen y la legitimidad
del poder político.
De los ancianos sonrientes, o sea, de
la apelación emocional, debería encargarse la literatura. Es difícil que
alguien que lea con aprovechamiento a Cervantes no aprenda algo sobre la
justicia. Y hay que ser muy obtuso para leer a Dickens y no aprender algo sobre
la fraternidad. Lo que quiero decir es que las obsoletas humanidades no son
solo una cuestión de cultura y clasicismo. Son una escuela de ciudadanía. Si el
poder político lo entendiese, podría ahorrarse muchas campañas y centrarse en
lo importante: que los estudiantes accedan a una formación que les permita ser
hombres y mujeres capaces de utilizar el propio entendimiento sin la dirección
de otro. También sin sus folletos.
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