Cierto nerviosismo, en los
partidos nacionalistas vascos, ante el nuevo panorama político y cierta
desorientación a la hora de amoldarse a las nuevas circunstancias, como si,
después de tantos años de estabilidad (trágica estabilidad, pero estabilidad al
fin y al cabo) no vieran el modo de enmendar las antiguas consignas y encontrar
otras que respondan al nuevo estados de las cosas.
Es
como si, después de cuatro décadas acomodado a un buen colchón de muelles, te exijieran
acostarte en una cama de agua: el desasosiego impedirá que te sientas bien y,
por supuesto, impedirá que concilies el sueño.
Hay
dos circunstancias que explican la liquidación del viejo status quo: la nueva
estructura española de partidos políticos y la desaparición de ETA.
Cuando
eran dos los partidos estatales que competían por el poder, los partidos
pequeños podían ser decisivos en el Congreso de las Diputados, para enmendar unos
presupuestos o para apoyar una candidatura de gobierno. El PNV se convirtió en maestro
en estas lides. Su electorado estaba acostumbrado a la máxima flexibilidad. En
Euskadi el PNV es capaz de llegar a toda clase de acuerdos con toda clase de
partidos, desde el PP hasta la extrema izquierda. Por eso no había problema
para reproducir esa práctica en el Congreso y apoyar candidatos o presupuestos (ora
conservadores, ora socialistas), siempre a cambio de alguna beneficiosa dádiva (de
lo cual nunca me quejaré, dicho sea de paso). A la comprensión de su base
votante, se le unía la ventaja de ser un partido sin ideología fuera de la
cuestión nacional: podía encomendarse a Dios o al diablo, o al diablo o a Dios
(según consideraran el PSOE y el PP).
Pero
las cosas han cambiado, tanto para el nacionalismo democrático como para el
nacionalismo radical. Hablemos de cada uno de ellos.
Con
la existencia de cuatro partidos estatales, el poder dirimente del PNV desaparece en el
Congreso. Además ha disminuido su número de escaños: inició la Transición con
ocho diputados, pero ahora contento estaría reeditando los seis que tiene, ante
el riesgo de quedarse en cinco. La debacle de la natalidad vasca incide en este
descenso (este es un hecho dramático, pero que jamás menciona el PNV, para no
ser “acusado” de conservador) ya que hay menos escaños a repartir. Pero sobre
todo opera la aparición de Podemos, dinamitando el viejo panorama electoral. Ahora
el PNV asiste inerme al ascenso de la extrema izquierda porque, en términos
ideológicos, no tiene nada que oponer. Podemos cuenta con el respaldo de la
rabia y la frustración, redunda en oscuros sentimientos, retoma causas que se
hunden en la noche de los tiempos, resucita al dictador para beneficiarse de un
revenido antifranquismo y realiza propuestas presupuestarias inconcebibles,
amparada en la escasa formación económica del común. Frente a eso, el PNV ni
siquiera tiene el coraje de hablar de libertad política, prosperidad económica
o dignidad moral: apenas opone a sus adversarios una pacata “agenda vasca” que,
en este contexto político, es lo más inane que cabe imaginar. Ver a los
candidatos del PNV clamando por la obtención de alguna competencia estatutaria
(la gestión penitenciaria, por ejemplo) pudo servir en otro tiempo, pero hoy
resulta insuficiente frente a la épica populista que exhiben sus directos
enemigos en la búsqueda de escaños. A lo mejor, en reuniones internas, los
antaño jeltzales hablan de estas cosas, pero exteriormente no mueven una ceja. Habida
cuenta el actual estado de la opinión, pelear por el voto más joven apelando a
competencias estatutarias no trasferidas es como impedir el hundimiento del
Titanic moviendo de sitio los sillones del salón principal. Entre el Mal y la
Nada, la mayoría suele optar por la Nada, pero cuando un amplio contingente de aquella
ha decidido que el Mal ya no es el Mal, la Nada tiene las de perder. Hablar del
Estatuto y de ese vago fetiche denominado “agenda vasca” puede justificar el
sueldo mensual de un estratega, pero muestra escasa eficacia cuando lo que está
en juego no es una mayoría parlamentaria o una presidencia de gobierno, sino
algo tan enorme como la supervivencia de la democracia liberal o el
advenimiento de la mitología chavista. El PNV, creo, confía su supervivencia a
las elecciones autonómicas (hablo de los tres territorios occidentales, claro)
y al mantenimiento de la lehendakaritza de Vitoria para aguardar tiempos
mejores. Si opera ese milagro en otoño hasta podría parecer que se me quita la
razón.
La
situación no pinta mejor para EH Bildu, penúltima identidad corporativa de la
izquierda abertzale. Podemos ha succionado parte del voto radical porque
Podemos es mucho más radical que EH Bildu. La gestión que esta realizó en la
Diputación de Gipuzkoa ha demostrado que el lobo era más bien vegetariano: al
margen de los esperables gestos de cristianofobia y de alguna molesta incursión
fiscal, la izquierda abertzale lo apostó todo a un sistema de recogida de
basuras estrafalario, mientras subvencionaba las obras de reacondicionamiento
del Hotel María Cristina, símbolo del aristocrático y borbónico elitismo
donostiarra. Tantos cientos de muertos (propios y ajenos) para acabar luchando
por un sistema municipal de recogida de basuras. Es una de las metáforas más
tristes y grotescas de la historia política universal. En 1987, la izquierda
abertzale utilizó en una campaña electoral el lema “Dales donde más les duele”.
La cuestión es que, de un tiempo a esta parte, la frustración personal,
sublimada en conflicto político, tiene una oferta mucho más eficaz: Podemos. En
ese sentido, un país como Euskadi, donde el empresariado lleva cinco décadas
siendo sistemáticamente vilipendiado, donde la ideología de género campa por
sus respetos y prohíbe el disenso, un país donde el capitalismo se ha
convertido en El Maligno, un país, en fin, sometido a intensos niveles
escolares de reeducación socialista, tiene en Podemos un imaginario mitológico superior
al de la vieja izquierda patriótica. EH Bildu no sabe adaptarse a las nuevas
circunstancias: es una formación que, al contrario que el reptiliano y mimético
PNV, permanece anclada en sus principios fundacionales. Desde un punto de vista
evolutivo, no hay en todo el espectro político una formación más conservadora
que EH Bildu: cambian de siglas, pero su doctrina es pétrea como un pedazo de
granito.
Todo
esto tiene que ver, además, con la desaparición de ETA. Mucho querría
distinguirse el eurocomunismo de la URSS, pero cuando cayó la patria del
socialismo real los partidos comunistas de todo el mundo se vieron zaheridos.
Del mismo modo, la desaparición de ETA ha supuesto al nacionalismo vasco (y al
País Vasco, como sujeto político e informativo) una degradación en la jerarquía
sociopolítica e informativa de España y de Europa.
Irlanda
de Norte mantuvo una sobreexposición informativa gracias al conflicto violento
no resuelto. La norma opera con la misma eficacia en otros lugares: los vascos
hemos sido “famosos” gracias a nuestro siniestro conflicto, del mismo modo en
que lo han sido, por ejemplo, los tamiles del norte de Ceilán. No dudo de que
Ceilán, India, Indonesia o las alejadas aldeas de las cordilleras más extremas del
Indu-Kush están jalonadas de pequeñas e interesantes minorías étnicas,
lingüísticas o religiosas, pero si de ellas nada sabemos es por una razón muy
simple: porque no han practicado la violencia, o porque no la han practicado en
la medida necesaria para que su existencia trascienda la red mediática local y
llegue a los centros neurálgicos de información internacional.
Sin
ETA, a los vascos nos espera, políticamente hablando, un destino modesto. Somos
un país de fronteras difusas, donde una formación de extrema izquierda ha
encontrado ahora la carne de cañón que encontró en su momento el absolutismo
carlista. Somos un país que, en su parcela “consciente”, apenas alcanza dos
millones de habitantes, y con cifras a la baja. En esas condiciones, atrapados
en la red de una causa de extrema izquierda (de un modo parecido al que, a lo
largo de más de siglo y medio, estuvimos atrapados en una de las últimas causas
tradicionalistas de Europa) el destino que nos espera es humilde en su
tristeza: una comunidad autónoma más, una modesta y pequeña región que enviará
al Congreso español algunos representantes, pero a los que nadie espera con
expectación, ya que la verdadera lucha electoral se produce en Barcelona, en
Valencia, en Alicante o en Sevilla.
Esos
sí, nos seguiremos imaginando grandes. Es lo que nos toca. Y quizás haya que
agradecer ese narcótico que nos inyectamos varias veces al día para, con el
tiempo, soportar nuestra insignificancia regional.
¿NOSTALGIA DE LO QUE PUDO HABER SIDO Y NO FUE? PERCIBO LA SENSACIÓN DE QUE HABLAS DE UN PAÍS VECINO CON EL QUE NO TENGO NADA QUE VER. ACASO, LOS ESPAÑOLES ¿SOMOS REALIDADES NACIONALES INDIVIDUALES PERPLEJOS ANTE LA INCERTIDUMBRE QUE SE AVECINA?
ResponderEliminarRealmente no habita en el artículo ninguna nostalgia, amiga. Es la constatación de un hecho objetivo. Los vascos hemos vivido una especie de sueño político y social, que fundaba su "relevancia" en la existencia de un grupo terrorista hoy desaparecido. No veo a mi alrededor una conciencia clara de que las cosas han cambiado mucho. Quería poner eso de manifiesto. Un abrazo grande...
ResponderEliminarEs de agradecer que Pedro Ugarte haya reanudado la actividad de su blog, porque asi dispondremos de uno de los pocos sitios de Internet desde los que se pueda pasar revista a los males del país desde una perspectiva no partidista y comprometida únicamente con los fines de la sociedad civil. La desaparición de ETA es indidablemente algo bueno, en eso todos estaremos de acuerdo. El problema se presenta a la hora de tomar las decisiones y medidas que adapten la vieja Euskadi a los nuevos tiempos. Es ahí donde todo falla, porque en cuanto a mentalidades y planteamientos todo sigue igual. No hace falta más que echar un vistazo a las sobradas electorales con que los dirigentes del Partido Guía van marcando en su campaña hitos a cual más pretensioso y surrealista: “Vamos a obligar a Madrid a que termine la Y Vasca”, o “somos los únicos que en Madrid podemos meterle un gol al cuatripartito estatal”… Eta abar.
ResponderEliminarAl parecer en Euskadi todo está bien. No recibimos lecciones de nadie. No nos interesa lo que otros tengan que decir (a no ser, claro está, que se trate de elogios y frases de cortesía). Yo no quiero criticar a ningún partido en concreto, porque cualquiera de ellos que estuviese en el poder tendería a hacer el mismo tipo de declaraciones. Y además porque sería injusto deducir, a partir de estos sológanes tan necios, que quienes los difunden se los creen de verdad. No señor, todo esto es para consumo de las bases. Todo partido ha de dar a su electorado lo que este le pide.
Que la militancia sea conformista hasta esos niveles es lo que convierte todo esto no en un problema de capacitación de las élites, sino en un problema social.
Comparto en buena parte el diagnóstico, Patxi. Vivimos en un país donde la autocrítica es un ejercicio poco practicado. Entiendo la crítica que dedicas al PNV: aún reconociendo que durante largas décadas ha conectado bien con un porcentaje sustancial del pueblo vasco, veo ahora señales de que las cosas se le pueden complicar mucho más. Un saludo.
EliminarLlevando la contraria a Manrique, cualquier tiempo pasado no fue mejor.
ResponderEliminarY a Bildu le veo petreo reeditando consignas de españolismo y sucursalismo sobre Podemos. Si este es su argumento, resulta pobre.
Y has sido benevolo muertos por un sistema de basura... yo añadiria lo q me dijo una rusa en la tercera del tren transmongoliano tanta revolucion para esto para terminar con galerias con armanis zaras y hugo boss en la plaza roja?
Llevando la contraria a Manrique, cualquier tiempo pasado no fue mejor.
ResponderEliminarY a Bildu le veo petreo reeditando consignas de españolismo y sucursalismo sobre Podemos. Si este es su argumento, resulta pobre.
Y has sido benevolo muertos por un sistema de basura... yo añadiria lo q me dijo una rusa en la tercera del tren transmongoliano tanta revolucion para esto para terminar con galerias con armanis zaras y hugo boss en la plaza roja?