Todo
el mundo asegura que la contienda electoral del próximo 20 de diciembre va a
cambiar el paisaje político. Se prevé el paso de un sistema de dos partidos,
complementado con un abanico de fuerzas minoritarias, a un sistema de cuatro
partidos. Las fuerzas minoritarias no desaparecen en ese nuevo escenario, pero sí
les priva de buena parte de su influencia política, una influencia que, a lo
largo de casi cuarenta años, resultaba decisiva para la conformación del
gobierno estatal y reportaba, a comunidades como Euskadi, sustanciales
beneficios.
Un sistema de cuatro partidos altera
muchas cosas, entre ellas, el modo de hacer política, y puede situar a las
fuerzas minoritarias en un lugar muy secundario: de tener un papel decisivo a
ser insignificantes. Posiblemente esta va a ser una circunstancia eventual. A
medio plazo, con unas u otras siglas, el sistema bipartidista (y esta es una
predicción muy personal) regresará a la vida política española, pero en ese
futuro revivir de las formaciones minoritarias los partidos vascos no volverán a
donde estaban.
Esto es así porque la eficacia de las
formaciones nacionalistas vascas en la política estatal viene condicionada por
una demografía que declina a una velocidad mayor que en el resto del país. Esa
decadencia poblacional nadie la niega, pero es sistemáticamente y premeditadamente
omitida en el discurso público de todos los partidos. El pueblo vasco es una entidad
telúrica que entre nosotros (pero solo entre nosotros) mantiene su legendario
poderío. Sin embargo, los vascos, las personas, son un subconjunto cada vez más
diminuto y marginal.
Asombra que nadie dé a este desplome
pavoroso la más mínima importancia. Pero asombra aún más que absolutamente
nadie se atreva siquiera a mencionarlo. Y esto ocurre no solo porque los
partidos políticos trabajan siempre con un vulgar cortoplacismo sino porque, al
margen de la fatigosa cuestión nacional y de ciertos elementos emocionales, los
partidos políticos se parecen en su práctica y en su ideario muchísimo más de
lo que estarían dispuestos a admitir.
Todos los partidos, mal que bien, se pliegan
a las ideologías emergentes. No son ellos los que dirigen los estados de
conciencia colectiva sino los grupos de presión que, en competencia con otros
grupos, mejor se movilizan para ocupar el espacio físico y mental. Y como las
ideologías emergentes no conceden al desplome de la natalidad la más mínima
importancia, los partidos políticos, miméticos, tampoco se la dan. Ni el
feminismo, ni el ecologismo, ni el inminente y siniestro animalismo (cada uno
por razones distintas, pero con la misma convicción doctrinal) conceden ninguna
importancia a este galopante descenso demográfico. Incluso hay que suponer que,
también por razones distintas, lo ven con simpatía.
Europa es un continente con una
natalidad aterradoramente enflaquecida, dentro de Europa la natalidad española
es de las más bajas, y dentro de España la natalidad vasca alcanza un grado
ínfimo. Un país con el nivel de nacimientos de Euskadi es un país decaído y
decadente. Y lo es, mal que les pese a los que prefieren no pensar en estas
cosas, en términos políticos, en términos económicos y en términos morales. Un
país donde nacen muy pocos niños, un país donde buena parte de sus jóvenes más
preparados sale a trabajar a otros lugares, un país que recibe poca inmigración
y la poca que recibe, además, es no cualificada, no tiene ningún futuro, digan
lo que digan los pasquines electorales que juegan a distraernos estos días.
Como las ideologías de fondo que abducen
por igual a todos los partidos no sienten la más mínima inquietud ante ese
desastre tampoco ninguno de ellos se siente concernido. De todos modos, aunque
no lo hagan desde una perspectiva de interés social o nacional, deberían hacerlo
desde su pequeño y miserable interés partidista, ya que este también se halla
en peligro. Al principio de la Transición Bizkaia elegía diez diputados, luego
pasó a elegir nueve, ahora elige ocho. Gipuzkoa elegía siete diputados, ahora
elige seis. En este periodo, Madrid ha incrementado su representación en cuatro
diputados. Alicante ya elige tres diputados más que Álava y Navarra juntas. Tendrá
bastante gracia el día en que algún partido político nos venda su intención de
ser “decisivo en Madrid” con una escuálida cosecha de cuatro escaños en una
asamblea de trescientos cincuenta.
Los vascos siempre hemos sido una gota de
agua en el océano de la humanidad pero llevamos camino de ser ahora una gota microscópica.
Resulta difícil seguir sintiéndonos más importantes que los eslovenos, los
tamiles, los ticos o los ingusetios, y si a la mayoría de nosotros nos es
difícil imaginar por dónde cae toda esa buena gente debemos anticipar quiénes,
de la misma manera, se acordarán mañana de nosotros en Nueva York, en Bruselas…
o en Madrid.
Frente a los problemas invisibles no hace
falta articular respuestas en una campaña electoral. De hecho, en política, un
problema invisible no parece un problema. Tan grotesco y tan sencillo como eso.
Por eso estamos fervientemente convencidos de que un sistema de pensiones puede
sostenerse cada vez con menos cotizantes, y de que un idioma minoritario, sin
nuevos hablantes, puede hacerlo exactamente igual.
El Correo - Diario Vasco 16-12-2015
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