LA
TXOSNA Y LA LIBERTAD
Las txosnas
son unos bares populares que se levantan en las fiestas de Bilbao, bares
adscritos a distintas asociaciones denominadas konparsas. Muchas de ellas
tienen un poso ideológico, oculto o declarado, de extrema izquierda: anarquismo, izquierda abertzale, comunismo o
alguna otra delicada forma de pensamiento. Este año, una de las konparsas en
cuestión decoró su txosna con motivos violentamente cristianófobos. La verdad
es que la cristianofobia, a pesar de la abigarrada teología cristiana (El
cristianismo es la religión, strictu sensu, más “increíble” y, dentro de sus versiones, el catolicismo, en términos
racionales, la más increíble de todas) suele recurrir siempre o casi siempre a la crucifixión. Esta vez
también lo ha hecho. La cristianofobia no suele tener mucha imaginación. Ni detallo la parafernalia ni tampoco la reproduzco: los
curiosos y los propensos al escándalo no tendrán problemas en
encontrarla en Internet.
El
alcalde de Bilbao, presunto católico, ha ejecutado la danza del vientre en
medio del volar de los puñales. Cuenta con amplio margen para hacerlo: en esta
sociedad, no hay un catolicismo mínimamente organizado que pueda meter a ningún
político la más mínima presión mediática o electoral. El alcalde está a salvo y
bien a salvo porque, como él dice, no quiere “valorar gestos”. Pero el Obispado
de Bizkaia sí ha interpuesto una denuncia y, con motivo de ella (y al parecer de
forma preventiva, a la espera de posterior resolución judicial), los carteles
blasfemos han sido retirados. Como contestación al asunto, la coordinadora de
konparsas, a modo de protesta, los ha reproducido en casi todas las txosnas que
estos días se alzan en El Arenal de Bilbao. Esto también era previsible, claro.
Mi
opinión es la siguiente: soy contrario a la demanda del obispado, y soy
contrario a la retirada de los carteles en la txosna en cuestión. Entiendo que
el Obispado de Bizkaia haya protestado (Es lo suyo) contra esa absurda
exposición, que atenta contra los sentimientos de algunas (no tantas) personas
que somos católicas no solo por accidente sino por profesión de fe. Pero de la
crítica a la censura va un paso que una sociedad liberal (o que yo desearía
liberal) no se puede permitir. Recuerdo una expresión de mi buen amigo Juan
Ignacio Pérez Iglesias, con algún motivo social que no alcanzo a recordar:
“exijo se me reconozca el derecho a sentirme ofendido”. Y también las
expresiones de los comentaristas intelectualmente más consistentes de las redes
sociales, con motivo de la circulación del autobús naranja, también llamado “el
autobús del odio”, que puso en marcha hace unos meses la organización HazteOír.
Muchos de ellos estaban en radical desacuerdo con las ideas que se manifestaban
mediante aquel vehículo, pero al mismo tiempo se encontraban bastante incómodos con las
exigencias de censura. Yo tampoco me siento nada cómodo con la censura que los
poderes públicos han practicado ahora, impulsados por el obispado de mi diócesis,
por mucho que haya tipos penales que, sin duda, estén respaldando la acción.
No, no me ha gustado la censura. La txosna debía haber permanecido con los
motivos que puso la konparsa. Tengo derecho a sentirme ofendido. Tengo derecho
a escuchar o ver cosas incómodas. Tengo derecho a que me contradigan. Incluso a
que me duelan. Entre otras cosas, porque solo mi aceptación de que alguien
pueda manifestar ideas contrarias a las mías me dará
derecho a manifestar ideas contrarias a las suyas.
Corremos
el riesgo de acabar encajonados en la grotesca ausencia de libertad de
expresión que padecen ya muchos países anglosajones, en los que toda clase de
minorías imponen un inenarrable derecho a no escuchar, ni
ver difundidas, ideas ajenas a su delicada sensibilidad. Ese es un peligro
cierto, un peligro que se va haciendo real, un peligro que la decisión de
interponer una demanda por parte del Obispado de Bizkaia no hace más que
aumentar.
Yo
quiero expresar mis ideas sin miedo a que un grupo o colectivo con demasiado
tiempo libre me denuncie. Y para ser coherente con eso yo debo exigir que
cualquier otra persona o grupo manifieste lo que Dios le dé a entender, sin que
eso suponga la comisión de unos de esos delitos melifluos, abstractos, de
comprometida definición jurídica, vinculados con el odio o la sensibilidad.
En
definitiva, yo defiendo el derecho de la konparsa en cuestión a ofenderme,
porque así defiendo mi derecho a llamarlos sociópatas y resentidos, a criticar
en público y privado su actitud, y por supuesto, a EXIGIR al ayuntamiento que
no financie con mis impuestos a gente con cuyas ideas no estoy nada de acuerdo.
Quiero
que las konparsas de todas las txosnas, en tanto en cuanto no cometan delitos
dañosos, delitos tangibles, digan lo que quieran. Solo así yo también podré
decir que muchas de las konparsas reúnen agrupaciones de fracasados ideológicos
que remueven sus sueños de adolescencia durante una semana al año. Me complace
que ideologías clamorosamente derrotadas por la ética, la política y, sobre
todo, por la historia, levanten su txosnita anual: todos los sociópatas
necesitan aliviaderos para sus turbias obsesiones. No dudo de que, en pocos
años, disfrutaremos en El Arenal de una txosna chavista: será la mejor
constatación de que el tirano de Venezuela ya ha caído y que el pueblo venezolano ha salido de la miseria. Que sus admiradores
prejubilados vendan cerveza recalentada y vino apestoso en El Arenal. Con no comprarlos yo tendré
suficiente.
No,
no me gusta el acto de censura que se ha producido en Bilbao. Y eso no me lleva
a aprobar esa blasfemia un ápice más que todas esas personas que, creyentes
o no, han aceptado o jaleado ese acto de censura. Siento, como liberal, el
imperativo ético de defender, sobre todo, la libertad de los demás. Vivimos en
una sociedad en que el mismo concepto de libertad, como tantos otros, viene
manejado y manipulado por la izquierda, que es la que gobierna (con el permiso
del señor alcalde y de tantos otros políticos) el universo moral en que vivimos.
La izquierda habla de libertad para aludir a SU libertad. El izquierdista dice
libertad proyectando ese concepto en su conducta, en su pensamiento, en sus
particulares liturgias socio-políticas. Y no dudo de que la extrema derecha,
cuando menciona esa palabra, la contempla del mismo modo.
Pero
el liberal tiene la obligación de asumir un concepto de libertad mucho más
comprensivo, omnicomprensivo. Mi obligación, al decir libertad, es pensar
también, y quizás sobre todo, en la libertad de los demás. La libertad de
los demás, el respeto a la libertad de los demás, legitima la mía. Y mi defensa de la libertad mejora en calidad cuando
apelo al derecho a ella que tienen no solo los distintos a mí, sino incluso mis
adversarios.
Eso
sí: ese mismo concepto liberal de libertad, valga la necesaria redundancia, me
lleva a otras conclusiones. Exijo que el poder público no solo no financie,
como no lo hace ya, a la religión católica, exijo que no financie tampoco a
otras confesiones, exijo que no financie partidos políticos o sindicatos que (por más que tengan una importante función en el
espacio público) son entidades particulares con ideas particulares, exijo que no financie asambleas feministas o federaciones de
deportes, exijo que no financie estadios de fútbol de primera división, exijo
que no financie premios literarios ni festivales de ópera y, por supuesto,
exijo que no financie a una coordinadora de konparsas llena de resentidos.
Desde luego, en tanto en cuanto mi familia padezca los brutales niveles
impositivos que me impone el poder, no dudaré en aprovechar las parciales
ventajas que me ofrezca el sistema (Sean bienvenidas todas las inversiones a mi actividad). Pero yo sería muy coherente con el sistema
si el sistema fuera otro: si la consecuencia de una bajada de impuestos fuera
que no hubiera premios literarios ni inyecciones de dinero a konparsas,
partidos y sindicatos, contento estaría de pagar por el solo mantenimiento de
las administraciones públicas, y de ciertos servicios educativos y sanitarios, que
sería lo que toca.
Termino
con la depravada declaración, ayer mismo, de una portavoz de la coordinadora de
konparsas. Defendía el derecho a la ironía, al humor, a la crítica
social. Eso sí, con una importante salvedad: siempre que "no sea contra un
colectivo oprimido y minorizado". Prefiero no extenderme en la
degeneración moral que comporta esa expresión. Un modo nada disimulado de
decir: “caña al católico, claro, y jódete, católico: porque los feministas, los
homosexuales, los inmigrantes y los musulmanes sí tienen derecho a insultarte, a mofarse de ti, pero tú te tienes que callar”. Desde luego, me gustaría que
ni un solo euro de mis impuestos fuera a apoyar a esa caterva de desalmados, pero estoy completamente
seguro de que esto que digo es un brindis al sol: hace mucho tiempo que en este
país los partidos políticos, todos los partidos políticos, no existen para
defender el interés general, sino para rendir obediencia a los grupos de presión organizados.
Por todo
eso estoy en contra de la denuncia interpuesta por el Obispado de Bizkaia, en contra de la censura de ideas y en contra
de que mis impuestos financien unas fiestas groseras y sectarias que nada significan ya
para mí.