sábado, 25 de junio de 2016

Una Europa sin pasión





UNA EUROPA SIN PASIÓN


Tantas cosas se han dicho sobre el Brexit en poco más de 24 horas que añadir algo nuevo deviene casi imposible.
Pero hay una cuestión que, en mi opinión, siempre ha estado presente y que, siquiera de forma lateral, afecta a la creciente y general desafección que suscita el proyecto europeo: la falta de asideros simbólicos y emocionales para esa futura patria común.



Sin pasión es imposible erigir (en las conciencias humanas, que es donde verdaderamente existe) una patria o una nación. Sin pasión aún es más difícil erigir una nación de naciones. La Unión Europea renunció a hacerlo desde el principio, confiándolo todo a las notas del Himno de la Alegría y al diseño de una bandera realmente bonita. 
Pero esa ausencia de todo espíritu movilizador, esa renuncia implícita a utilizar recursos emocionales ha sido, a lo largo de las décadas, un lastre que ha dificultado la aparición de un mínimo entusiasmo europeísta. 
Se puede argumentar que el uso de esos recursos es propio de ideologías irreflexivas y que estas a menudo devienen en movimientos antidemocráticos. Pero también es cierto que los principios ilustrados y las altas consideraciones morales, por sí solos, no conquistan los corazones de los pueblos. Como mucho, los de escogidas minorías.
Podrá gustar o no, pero los seres humanos necesitan asideros físicos y asideros psicológicos para sus creencias, sus convicciones o sus principios. Las religiones, las naciones, los partidos políticos, los sindicatos, los movimientos sociales de toda condición, urden liturgias, redactan eslóganes, diseñan símbolos, conciertan reuniones, todo con el fin de anclar en los corazones las ideas que manifiestan. Europa nunca ha querido hacer eso. Europa consideraba que el mero progreso del bienestar material y el recuerdo de las terribles guerras del pasado serían suficientes para mantener en los corazones un razonable espíritu de concordia europeísta
Lo que no se ha dado cuenta es que la ciudadanía europea ya no considera la prosperidad material una conquista de nuestra civilización, sino que la considera apenas un mero dato de la realidad, del mismo modo que el recuerdo de las terribles guerras del pasado se diluye sencillamente porque el sistema educativo ya no habla de las terribles guerras del pasado. Pienso ahora que, si los jóvenes europeos hacen del bienestar un dato dado, también hacen de la paz algo parecido: son cosas que ahí están, que quizás han estado siempre, y que por tanto no se hallan en peligro porque forman parte de una realidad lógica y estable. Cuánta inocencia. Cuánto candor...
Además, seamos sinceros: Europa realmente no se ha construido sobre la famosa bandera azul o la inmortal pieza de Beethoven. Europa se ha construido sobre una minuciosa política agrícola que regulaba y volvía a regular el precio de los tomates o de las berenjenas. Europa se ha construido sobre el constante establecimiento de toda clase de prohibiciones fundadas en una implacable policía sanitaria. Europa se ha construido sobre largos y aburridos reglamentos economicistas, y no sobre brillantes textos fundacionales, ebrios de altura política y moral. 

La burocracia política está investida de toda clase de defectos y no hay que descartar que en ella pueda haber incluso alguna virtud, pero si de algo podemos estar seguros es de que una burocracia no despierta pasiones y que es el instrumento más torpe para llevar nada a los corazones humanos, nada que no sea indiferencia, cuando no severa antipatía o, incluso, auténtico desprecio.

domingo, 19 de junio de 2016

EUSKADI, NUEVA REGIÓN DE ESPAÑA





Cierto nerviosismo, en los partidos nacionalistas vascos, ante el nuevo panorama político y cierta desorientación a la hora de amoldarse a las nuevas circunstancias, como si, después de tantos años de estabilidad (trágica estabilidad, pero estabilidad al fin y al cabo) no vieran el modo de enmendar las antiguas consignas y encontrar otras que respondan al nuevo estados de las cosas.

Es como si, después de cuatro décadas acomodado a un buen colchón de muelles, te exijieran acostarte en una cama de agua: el desasosiego impedirá que te sientas bien y, por supuesto, impedirá que concilies el sueño.

Hay dos circunstancias que explican la liquidación del viejo status quo: la nueva estructura española de partidos políticos y la desaparición de ETA.



Cuando eran dos los partidos estatales que competían por el poder, los partidos pequeños podían ser decisivos en el Congreso de las Diputados, para enmendar unos presupuestos o para apoyar una candidatura de gobierno. El PNV se convirtió en maestro en estas lides. Su electorado estaba acostumbrado a la máxima flexibilidad. En Euskadi el PNV es capaz de llegar a toda clase de acuerdos con toda clase de partidos, desde el PP hasta la extrema izquierda. Por eso no había problema para reproducir esa práctica en el Congreso y apoyar candidatos o presupuestos (ora conservadores, ora socialistas), siempre a cambio de alguna beneficiosa dádiva (de lo cual nunca me quejaré, dicho sea de paso). A la comprensión de su base votante, se le unía la ventaja de ser un partido sin ideología fuera de la cuestión nacional: podía encomendarse a Dios o al diablo, o al diablo o a Dios (según consideraran el PSOE y el PP).

Pero las cosas han cambiado, tanto para el nacionalismo democrático como para el nacionalismo radical. Hablemos de cada uno de ellos.

Con la existencia de cuatro partidos estatales, el poder dirimente del PNV desaparece en el Congreso. Además ha disminuido su número de escaños: inició la Transición con ocho diputados, pero ahora contento estaría reeditando los seis que tiene, ante el riesgo de quedarse en cinco. La debacle de la natalidad vasca incide en este descenso (este es un hecho dramático, pero que jamás menciona el PNV, para no ser “acusado” de conservador) ya que hay menos escaños a repartir. Pero sobre todo opera la aparición de Podemos, dinamitando el viejo panorama electoral. Ahora el PNV asiste inerme al ascenso de la extrema izquierda porque, en términos ideológicos, no tiene nada que oponer. Podemos cuenta con el respaldo de la rabia y la frustración, redunda en oscuros sentimientos, retoma causas que se hunden en la noche de los tiempos, resucita al dictador para beneficiarse de un revenido antifranquismo y realiza propuestas presupuestarias inconcebibles, amparada en la escasa formación económica del común. Frente a eso, el PNV ni siquiera tiene el coraje de hablar de libertad política, prosperidad económica o dignidad moral: apenas opone a sus adversarios una pacata “agenda vasca” que, en este contexto político, es lo más inane que cabe imaginar. Ver a los candidatos del PNV clamando por la obtención de alguna competencia estatutaria (la gestión penitenciaria, por ejemplo) pudo servir en otro tiempo, pero hoy resulta insuficiente frente a la épica populista que exhiben sus directos enemigos en la búsqueda de escaños. A lo mejor, en reuniones internas, los antaño jeltzales hablan de estas cosas, pero exteriormente no mueven una ceja. Habida cuenta el actual estado de la opinión, pelear por el voto más joven apelando a competencias estatutarias no trasferidas es como impedir el hundimiento del Titanic moviendo de sitio los sillones del salón principal. Entre el Mal y la Nada, la mayoría suele optar por la Nada, pero cuando un amplio contingente de aquella ha decidido que el Mal ya no es el Mal, la Nada tiene las de perder. Hablar del Estatuto y de ese vago fetiche denominado “agenda vasca” puede justificar el sueldo mensual de un estratega, pero muestra escasa eficacia cuando lo que está en juego no es una mayoría parlamentaria o una presidencia de gobierno, sino algo tan enorme como la supervivencia de la democracia liberal o el advenimiento de la mitología chavista. El PNV, creo, confía su supervivencia a las elecciones autonómicas (hablo de los tres territorios occidentales, claro) y al mantenimiento de la lehendakaritza de Vitoria para aguardar tiempos mejores. Si opera ese milagro en otoño hasta podría parecer que se me quita la razón.

La situación no pinta mejor para EH Bildu, penúltima identidad corporativa de la izquierda abertzale. Podemos ha succionado parte del voto radical porque Podemos es mucho más radical que EH Bildu. La gestión que esta realizó en la Diputación de Gipuzkoa ha demostrado que el lobo era más bien vegetariano: al margen de los esperables gestos de cristianofobia y de alguna molesta incursión fiscal, la izquierda abertzale lo apostó todo a un sistema de recogida de basuras estrafalario, mientras subvencionaba las obras de reacondicionamiento del Hotel María Cristina, símbolo del aristocrático y borbónico elitismo donostiarra. Tantos cientos de muertos (propios y ajenos) para acabar luchando por un sistema municipal de recogida de basuras. Es una de las metáforas más tristes y grotescas de la historia política universal. En 1987, la izquierda abertzale utilizó en una campaña electoral el lema “Dales donde más les duele”. La cuestión es que, de un tiempo a esta parte, la frustración personal, sublimada en conflicto político, tiene una oferta mucho más eficaz: Podemos. En ese sentido, un país como Euskadi, donde el empresariado lleva cinco décadas siendo sistemáticamente vilipendiado, donde la ideología de género campa por sus respetos y prohíbe el disenso, un país donde el capitalismo se ha convertido en El Maligno, un país, en fin, sometido a intensos niveles escolares de reeducación socialista, tiene en Podemos un imaginario mitológico superior al de la vieja izquierda patriótica. EH Bildu no sabe adaptarse a las nuevas circunstancias: es una formación que, al contrario que el reptiliano y mimético PNV, permanece anclada en sus principios fundacionales. Desde un punto de vista evolutivo, no hay en todo el espectro político una formación más conservadora que EH Bildu: cambian de siglas, pero su doctrina es pétrea como un pedazo de granito.

Todo esto tiene que ver, además, con la desaparición de ETA. Mucho querría distinguirse el eurocomunismo de la URSS, pero cuando cayó la patria del socialismo real los partidos comunistas de todo el mundo se vieron zaheridos. Del mismo modo, la desaparición de ETA ha supuesto al nacionalismo vasco (y al País Vasco, como sujeto político e informativo) una degradación en la jerarquía sociopolítica e informativa de España y de Europa.

Irlanda de Norte mantuvo una sobreexposición informativa gracias al conflicto violento no resuelto. La norma opera con la misma eficacia en otros lugares: los vascos hemos sido “famosos” gracias a nuestro siniestro conflicto, del mismo modo en que lo han sido, por ejemplo, los tamiles del norte de Ceilán. No dudo de que Ceilán, India, Indonesia o las alejadas aldeas de las cordilleras más extremas del Indu-Kush están jalonadas de pequeñas e interesantes minorías étnicas, lingüísticas o religiosas, pero si de ellas nada sabemos es por una razón muy simple: porque no han practicado la violencia, o porque no la han practicado en la medida necesaria para que su existencia trascienda la red mediática local y llegue a los centros neurálgicos de información internacional.

Sin ETA, a los vascos nos espera, políticamente hablando, un destino modesto. Somos un país de fronteras difusas, donde una formación de extrema izquierda ha encontrado ahora la carne de cañón que encontró en su momento el absolutismo carlista. Somos un país que, en su parcela “consciente”, apenas alcanza dos millones de habitantes, y con cifras a la baja. En esas condiciones, atrapados en la red de una causa de extrema izquierda (de un modo parecido al que, a lo largo de más de siglo y medio, estuvimos atrapados en una de las últimas causas tradicionalistas de Europa) el destino que nos espera es humilde en su tristeza: una comunidad autónoma más, una modesta y pequeña región que enviará al Congreso español algunos representantes, pero a los que nadie espera con expectación, ya que la verdadera lucha electoral se produce en Barcelona, en Valencia, en Alicante o en Sevilla.

Esos sí, nos seguiremos imaginando grandes. Es lo que nos toca. Y quizás haya que agradecer ese narcótico que nos inyectamos varias veces al día para, con el tiempo, soportar nuestra insignificancia regional.

miércoles, 8 de junio de 2016




PARA ENTENDERLO TODO



Cristianos europeos ponen bombas en La Meca y en El Cairo, en el metro de Casablanca, en una torre de oficinas de Bahrein. Pero mucho más fácil es hacerlo en África, donde perpetran masivos genocidios religiosos en aquellos países donde predomina el Islam. Son decenas de miles de muertos en los diez últimos años. Al mismo tiempo, en Europa, fanáticos cristianos ahorcan, queman y crucifican a cristianos tibios, a homosexuales, a musulmanes. Millones de refugiados, que huyen de la violencia, se amontonan en los límites de la Turquía europea, clamando no por quedarse allá, sino por llegar a Emiratos Árabes Unidos, y a sus atractivas ciudades llenas de confort y de riqueza. Los cristianos siguen poniendo bombas en Túnez y en Argel, perpetrando atentados suicidas en Teherán y en Damasco. Muchos musulmanes sienten vergüenza porque Turquía no deje entrar a los miles de cristianos que exigen llegar hasta Emiratos. En la prensa islámica, intelectuales de altura recuerdan que la violencia de los cristianos es en realidad la respuesta de los desesperados y alertan contra la amenaza de la cristianofobia.